viernes, 26 de febrero de 2010

“Como en ‘los viejos tiempos’: Gendarmería: controles intimidatorios en La portada de Esquel”


Por Romina Laura Ferraris *

Escribo estas líneas para protestar, para mostrar mi bronca, para alertar y para pedirles a aquellos que hayan pasado por lo mismo que nosotros que no se callen, que se quejen, que cuenten, para que nadie más tenga que pasar por un mal momento por culpa de los integrantes del Escuadrón N° 36 de Gendarmería Nacional.

Todo comenzó cuando ayer a la tarde, jueves 25 de febrero del 2010, pasamos cerca de las 19.15 por un control que estaban haciendo los “centinelas de la patria”, en el acceso a nuestra ciudad. Mi marido, mi cuñado y yo viajábamos en un Fiat 147 blanco, propiedad de José D’Alessandro, un amigo en común y conductor. Volvíamos de Bariloche, ciudad a la que habíamos arribado a la mañana para que nuestro amigo se anotara en un curso de gastronomía.

Lo primero que notamos fue que el control no era para todos, ya que sólo paraba a los autos que entraban en el burdo estereotipo de “vehículo sospechoso” que maneja la fuerza.

Evidentemente, para ellos, cuatro personas con anteojos negros y en un auto relativamente viejo y pequeño ya califica (cabe aclarar que el calor y el sol de la tarde hacían bastante insoportable el viaje sin aire acondicionado, así que se podrán imaginar que todos veníamos con lentes oscuros)

En fin. Lo cierto es que nos pararon pese a que no infringimos ninguna norma de tránsito (pasamos muy despacio y teníamos los cinturones de seguridad puestos y las luces reglamentarias prendidas). Se acercó un gendarme y nos preguntó de dónde veníamos. Le informamos y además le aclaramos que éramos de Esquel. “¿Los cuatro son de Esquel?”, preguntó en un tono raro, como dudando de nuestra palabra. Acto seguido le pidió a José (el conductor) los papeles del auto y sus documentos. Se quedó eternos segundos revisándolos y luego llamó a un compañero, con quien se puso a hablar en código mientras seguía preguntándonos de dónde veníamos y de dónde éramos.

A esta altura mi bronca aumentaba. Y más cuando el gendarme metió su cabeza por la ventanilla y dijo: “¿Me permiten los documentos de todos y el de la señora? Nos miraban de un lado y del otro y nos seguían preguntando si vivíamos en Esquel pese a que nuestras direcciones locales figuran en los documentos.

Pero ahí no terminó todo. Nos hicieron bajar del auto, lo rodearon y lo miraban por los cuatro costados. Nuestro amigo prendió un cigarrillo, ya harto, porque además, por culpa del ridículo control, llegaba tarde a un compromiso, y yo comencé a mostrar mi descontento. Parece que nuestra actitud provocó más “sospecha” en los efectivos, que a esa altura estaban decididos a encontrar alguna prueba incriminatoria que confirme que nuestras caras correspondían con su ideal de “sospechoso”.

Nos pidieron que abriéramos el baúl y que pusiéramos en el piso una bolsa de tela en la que el dueño del vehículo tiene las herramientas, balizas, etc. “Abralá”, le dijo saboreándose, como si creyera que se iban a salir con la suya. Obviamente sólo encontró los elementos recién citados. No contentos con eso volvieron a rodear el Fiat mientras, por enésima vez, nos preguntaban de dónde éramos. Entonces mi marido se acercó al gendarme que tenía los documentos y le dijo: “Fijate que ahí tenés todas nuestras direcciones”. Lo tragicómico fue que mientras él le explicaba que con sólo mirar los documentos iba a saber de dónde éramos, el gendarme apoyaba su mano sobre el arma, como si fuéramos a atacarlo. Generaron un clima totalmente intimidatorio, tenso, una especie de perversa estrategia psicológica para asustarnos, para crearnos miedo.

Y siguieron con su teatro. Uno de ellos fue por mi cartera, que estaba apoyada en el asiento. Me pidió que le mostrara todo el contenido, hasta “eso azul” (señalando un objeto) que no era ni más ni menos que polvo traslúcido para la cara, es decir, maquillaje. Como yo empecé a soplar para no mandarlos a la mierda, comencé, con uno de los gendarmes, el diálogo que reproduzco a continuación:

- ¿Está enojada señora?

- Si, porque somos ciudadanos libres y me molesta tener que informarte de dónde vengo y a dónde voy. ¿Por qué tenés que saber de dónde vengo?

- Usted tiene el derecho de no decirnos.

- Vos sabés que eso es mentira, sino te contesto, vos me podés tratar de desacatada (fue la primera palabra que me salió en medio de la tensa situación)

- No, usted puede negarse, para eso le pedimos los documentos.
-
. No, no es así. Además, no me gusta que nos traten como sospechosos, es horrible.

- Nosotros no los tratamos como sospechosos, estamos haciendo nuestro trabajo, es un control de rutina.

- No, no es así.

- Si tiene alguna queja vaya al Escuadrón.

- Si, ya he hablado este tema en el Escuadrón (cuando ejercía mi profesión de periodista charlé sobre estas cuestiones con el anterior comandante, Maidana, y también le comenté lo mal que suelen tratar a los argentinos en la frontera con Futaleufú, obviamente de este lado, no del chileno)

Lo cierto es que recién después de esa charla, y viendo que no podían encontrar nada para retenernos, nos devolvieron de mala gana nuestros papeles y nos dejaron ir.

El momento que pasamos fue horrible y sé que no somos los primeros ni los últimos, por eso no quiero que quede como una anécdota, no quiero dejarlo pasar. Muchas personas sufren a diario el mismo embate en la entrada a nuestra ciudad y se callan por distintas razones: porque tienen miedo, porque no se animan a enfrentarse a “la autoridad”, porque lo ven como algo normal pese a que no lo es, o simplemente porque están acostumbrados. Yo, como habitante de la ciudad desde hace casi tres años, y en nombre de mi esposo, mi cuñado y mi amigo, que son esquelenses, les pido que hablen, que se quejen. Porque aquí las fuerzas de seguridad (gendarmes, policías, militares) en muchos casos siguen creyendo que son nuestros dueños, que pueden controlar nuestras vidas, que cualquier cosa les da derecho a maltratarnos, a meternos miedo, a subyugarnos. Se olvidan que, por suerte, vivimos hace muchos años en democracia y ellos tienen que limitarse a cumplir la ley y a respetarnos. Son servidores públicos y si están haciendo un control deben explicarnos qué tipo de control están haciendo y por qué. Y ese control (al que no me opongo) debe ser equitativo, es decir, igual para todos. No parar solamente al que circula en un auto con marca y modelo para ellos “sospechosos”, o a los que tienen aritos, gorritas o no son rubiecitos como a ellos les gusta. Deben parar a todos y dar las explicaciones pertinentes. Tratar a la gente con respeto y no ejercer el poder de manera omnímoda y autoritaria.

A veces, cuando pasan estas cosas, me siento en una ciudad militarizada, en la que pareciera que te pueden detener en cualquier esquina por “portación de rostro”-como efectivamente sucede- o hacerte pasar un momento horrible en la entrada sólo para que ellos se sientan, un rato, útiles.

Me gustaría aclarar que no estoy metiendo a todos los gendarmes en la misma bolsa. De hecho, el lunes, el micro en el que viajaba fue parado por un control de Gendarmería (con perro incluido), en la entrada a la ciudad de Gobernador Costa, y la chica que subió a pedirnos los documentos, nos trató en todo momento respetuosamente y con cordialidad. Incluso, nos pidió disculpas por las molestias ocasionadas.

Que yo sepa, los gendarmes son los “centinelas de la patria”. Entonces que se dediquen a eso, a cuidar la patria, y dejen los jueguitos perversos para el escuadrón.

* DNI. 25.131.056

Leer más: http://puertae.blogspot.com/2010/02/como-en-los-viejos-tiempos-gendarmeria.html#ixzz0ghgHPYOK

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